«¿Cómo explicaremos que esta nación se haya extendido tan lejos sobre este vasto océano?» Esta es la pregunta que Cook hacía en su diario durante su tercer y último viaje en 1778, cuando se topó con Hawái y sus habitantes, dándose cuenta de la extensión de la cultura Polinesia al norte del ecuador y a través del océano Pacífico Sur. Para los navegantes occidentales, parecía prácticamente imposible que esta nación hubiera dominado tal extensión de millas náuticas sin ningún tipo de brújula o instrumento de navegación. Años antes, Cook se aproximaba a la respuesta: Tupa’ia, su traductor y amigo polinesio, le reveló un fascinante sistema de navegación basado en una observación profunda y aguda de la naturaleza. Además del estudio de las estrellas, los polinesios consideraban las formas de las olas, el nivel de humedad del ambiente, el comportamiento de aves y peces; confiaban en la intuición y puesta en marcha de los cinco sentidos de los navegantes, para determinar el posicionamiento y la dirección que debían seguir sus embarcaciones.
En el contexto de las expediciones marítimas del siglo XVIII, en medio de la transición entre la racionalidad de la Ilustración y la exaltación emocional del Romanticismo, las expediciones de Cook desentrañaron un paradigma de navegación arraigado en la interconexión con el entorno natural, desafiando las concepciones eurocéntricas de dominio sobre la naturaleza. La observación atenta de los polinesios y su comprensión de los ritmos naturales del océano develaron una sabiduría náutica basada en la cooperación y la armonía con el mundo circundante.
Esta antigua historia de danza entre el ser humano y el entorno encuentra eco y revelación en el trabajo de Andrea Bores. A través de su práctica artística, que abandona el control en favor de la observación, la artista permite que los materiales actúen en diversas superficies, descubriendo la complejidad y el orden en lo que parece caos. Pigmentos naturales como el añil, el carbón y la grana cochinilla se dejan actuar sobre distintas superficies como papel o lienzos hechos con técnicas textiles tradicionales, aludiendo a la fuerza y vibración intrínseca de la materia. A veces, la artista interviene y sigue las marcas del recorrido del pigmento con una línea de hilo o puntos bordados, como un acto de reconocimiento de la ruta que ha decidido tomar el material. Los elementos presentes en la obra van encontrando su propio camino, formando imágenes y texturas, convirtiéndose en lo que parecen fragmentos de mares, paisajes desérticos, galaxias o partículas atómicas, siempre en movimiento.
Reconocer «el latido del mundo bajo la lengua» implica una profunda conexión con la esencia misma de lo que somos, y nos acerca a una comprensión intuitiva del pulso y ritmo de la vida misma. De manera sutil y poética, lo que se esboza en la obra de Bores también recuerda la tensión entre ilustración y romanticismo que se vivía en los años en que Cook visitó la Polinesia. Tensión que igualmente reverbera en los planteamientos de pensadores, activistas y creativos contemporáneos, que resisten las ideas más arraigadas del llamado “antropoceno”. En este contexto, la obra de Bores invita a repensar nuestra relación con la naturaleza y nuestro papel como parte de ella, a reconocer la fuerza y agencia de otras formas de vida y de la propia materia. Se cuestiona la idea de que el humano esté separado de “la naturaleza” y nos apura a restablecer la conexión con el entorno, pues como en el caso de la navegación polinesia, sin esta escucha y observación dialogante no se sabe bien si llegamos a puerto.
Sofía Mariscal
VISTAS DE LA EXPOSICIÓN